viernes, 18 de septiembre de 2009

LA LENGUA GALLEGA: UN LARGO PROCESO DE ELABORACIÓN

INTRODUCCION

Comenzaré diciendo algo que, no por evidente, es menos imprescindible hacer constar: la función de una lengua no es sólo servir de instrumento –magnífico- de comunicación, sino también el ser una de los signos más patentes de la identidad, tanto individual como colectiva, de los seres humanos. Su valor simbólico contribuye a reforzar los lazos de solidaridad de los grupos humanos, ya que sirve de factor cohesionador e identificador de la comunidad que la habla. Pero más extraordinario todavía es el hecho de que esa lengua no es inmutable, sino que el cambio lingüístico va acompañando el cambio social, pues la adquisición y uso de un idioma no se explica sin el progreso cultural y de civilización de las sociedades humanas. No obstante, también se podría destacar un aspecto negativo: los conflictos sociales se reflejan asimismo en los conflictos entre lenguas; al fin y al cabo, la historia de una lengua no es sino la historia del pueblo que la habla.

La lengua gallega y su historia, su devenir, no escapan a estos principios generales. En la historia de todas las lenguas suele haber distintas fases, algunas de ellas comunes y otras divergentes. En el primer caso destaca el factor común del proceso de formación. Todas las lenguas humanas han pasado, siguiendo a Coseriu, por un proceso de génesis y estructuración definitiva de una sistema de expresión, cuyas dos consecuencias principales serían la abstracción de una norma común y un uso discrecional de esa norma (el habla). A partir de aquí, cada lengua o grupo lingüístico ha seguido caminos divergentes. En unos casos se habrán consolidado, en otros habrán sufrido un proceso de sumisión. Es aquí donde se sitúa el conflicto lingüístico; las relaciones de poder entre las distintas lenguas son el reflejo de las relaciones de poder entre los distintos grupos sociales. En romanística el caso más evidente es el del latín: el poder del Imperio Romano es lo suficientemente fuerte como para consolidar e imponer su idioma en los territorios que va conquistando, a la vez que va provocando la sumisión, primero (etapa diglósica), y desaparición, después, de las lenguas prerromanas. En un tercer momento pueden suceder dos fenómenos: por un lado, una lengua consolidada puede sufrir una crisis profunda, por causas tanto internas como externas, que puede llevarla a un estadio de decadencia e incluso de desaparición (pensemos, en este último caso, en el dalmático). Por otro lado, una lengua caída en proceso de sumisión puede recuperarse, generalmente gracias a un proceso de refuerzo de la identidad cultural del pueblo que la habla.

La lengua gallega también fue pasando por varias de esas fases: en primer lugar, un período de varios siglos de formación, que nace con la implantación y asimilación del latín en la Gallaecia, que sustituyó a las lenguas prerromanas del NO ibérico; ese latín se fue tiñendo de particularismos propios, dando lugar al protorromance galaico. En una segunda etapa, ese protorromance da lugar al romance galaico que se consolida en la Alta Edad Media y durará hasta mediado el siglo XV. A partir de aquí sufrirá una etapa de sumisión que tiene su origen en el fracaso de construcción nacional y la asimilación de Galicia a la Corona de Castilla, que supuso, desde finales del siglo XV, la postración de la lengua gallega por la castellana, desembocando en un estado latente, sólo mantenido por el uso oral de la población. Finalmente, el fracaso de construcción del estado español en la Edad Moderna y Contemporánea, por una parte, y la recuperación de la dignidad e identidad propias, impulsadas por las ideas de la ilustración y la ética política, extendida por toda Europa, nacida de la Revolución francesa, por otra, contribuyeron al renacimiento de la lengua gallega que, a pesar de etapas de debilidades y amenazas (vgr. la etapa franquista) parece que está llegando a un nuevo período de consolidación y progreso.

LOS ESTUDIOS DE LINGÜÍSTICA GALLEGA

Antes de entrar en materia y pasar a explicarles cómo fue el proceso de elaboración de la lengua gallega, permítanme, siquiera brevemente, exponerles cuál era su situación en el marco de los estudios lingüísticos, porque, no lo olvidemos, una lengua que no es objeto del estudio lingüístico o no existe o está en franca decadencia (del mismo modo que el estudio lingüístico tampoco garantiza un estado de dicha lengua). En cualquier caso, cuando una lengua es objeto de numerosos y profundos estudio s lingüísticos, suele ser síntoma de la buena salud de la que goza dicha lengua.

En el caso del gallego, desgraciadamente, su largo estado decadente coincide con la ausencia de estudios lingüísticos. Sólo a partir de las ideas ilustradas, como señalé anteriormente, en el siglo XVIII, algunos estudiosos (no lingüistas precisamente), atraídos por la corriente enciclopedista de la época, como Martín Sarmiento, Juan Sobreira o José Cornide harían tímidas investigaciones en el campo de la lexicología gallega. Pero no sería hasta bien entrado el siglo XIX en el que, a la sombra del movimiento cultural conocido como Rexurdimento (muy semejante a otros movimientos de corte romántico que tuvieron lugar en Europa –Renaissença occitana, Renaixensa catalana, Risorgimento italiano- en los que se reivindica la no-sumisión y la revuelta de lo minoritario contra el poder de lo mayoritario: así, por ejemplo, las lenguas minoritarias o sin estado político.

No obstante, de estudios estrictamente científicos no se puede hablar hasta bien entrado el siglo XX, concretamente a partir de 1965 (Regueira, Os estudios de lingüística galega, 1966; en Homenaxe a Pilar Vázquez Cuesta), año en que se fundan los primeros estudios lingüísticos y filológicos del gallego en la Universidad de Santiago de Compostela. Conviene distinguir, por consiguiente, dos períodos en los estudios de lingüística gallega: antes y después de esa fecha.

Mientras que las lenguas románicas consolidadas desde la Edad Media, bien sea por estar sostenidas por un poder político muy fuerte, bien sea por su prestigio literario, ya tenían sus primeras gramáticas desde finales del siglo XV o primeros del XVI (casos del francés (Dubois), castellano (Nebrija), portugués (J. De Barros) o italiano (P. Bembo), el occitano ya desde el XIII (Uc Faidit), el gallego, a pesar de su prestigio poético en los siglos XIII y XIV –etapa común con el portugués, por lo que conviene hablar de gallego-portugués) no conoció nada semejante hasta más de tres siglos después; hasta 1863 hubo que esperar para ver aparecer la primera publicación científica de lingüística gallega, el Diccionario gallego-castellano de Fco. J. Rodríguez, seguido en 1864 de un breve Compendio de gramática gallega-castellana, de Fco. Mirás, escrita, por supuesto, en castellano. Durante el resto del XIX y la primera mitad del XX, los estudios –muy escasos- son obra de eruditos que, la mayor parte de las veces, son autodidactas y están desconectados entre ellos, ya que no existe, como en otros lugares, una “escuela filológico-lingüística”.

No obstante, sí podemos hablar de ciertos movimientos colectivos o institucionales que contribuyeron a que, al menos, la decadencia del gallego no se convirtiese en desaparición. En primer lugar, la fundación en 1906 de la Real Academia Galega, que abría muchas esperanzas, pero que no dio los frutos esperados, ya que sólo dio a luz, entre 1913-1928, a unos cuantos fascículos del Diccionario gallego-castellano. Con la Guerra Civil y la Dictadura franquista la Academia entró en un profundo y aletargado sueño. Sólo algunos colectivos de intelectuales se movían para dignificar la lengua: As Irmandades da Fala (1916), el Seminario de Estudios Galegos. La Universidad de Santiago todavía no había producido estudios de lingüística gallega, ya que no se la dotó de la Cátedra correspondiente hasta 1972 (ocupada por Ricardo Carballo Calero); a este respecto, es curioso que la primera Cátedra, dedicada a Literatura Galaico-portuguesa, se le adjudicó a la Universidad Central de Madrid, en 1914; pero, debido a la muerte de su ocupante –Víctor Said Armesto-, no se cubrió la vacante hasta 1934, año en que la ocupó Armando Cotarelo Valledor. Aparte de todo esto, la investigación lingüística gallega estuvo en manos de aficionados a los estudios lingüísticos, cuya producción seguía aún impregnada del espíritu decimonónico de defensa e ilustración de la lengua. Su conexión con el desarrollo contemporáneo del galleguismo político resulta evidente. Para casi todos los autores la tarea de hacer una gramática y un diccionario del idioma gallego era una tarea que debía contribuir a un ideario más amplio de dignificación nacional de Galicia.

Durante esta etapa, a quien más debe la lingüística gallega es a algunos filólogos alemanes, ajenos al movimiento nacionalista gallego y marcados por un espíritu estrictamente científico; casi todos pertenecientes a la llamada escuela de Hamburgo, desde el primer tercio del siglo XX emprendieron la exploración cultural del Noroeste ibérico, impregnados por la corriente metodológica denominada Wörter und Sachen (iniciada por Meringer y Meyer-Lübke), que analiza la lengua como expresión de la cultura material. Esta corriente investigadora sobre el gallego fue puesta en marcha por Fritz Krüger, Profesor de Lengua y Cultura Románicas de la Universidad de Hamburgo, quien en 1927 publicó “Die Nord-westiberischen Volkskultur”, que no fue traducido al castellano hasta 1947, lo que da idea del escaso interés de las autoridades académicas españolas por sus lenguas y culturas minoritarias. Más tarde, sus discípulos, Walter Ebeling, W. Schröder y Hans-Karl Schneider, realizaron excelentes investigaciones en los campos de la dialectología, fonética y gramática gallegas. Se puede, pues, afirmar que fueron estos lingüistas alemanes los que pusieron en marcha el estudio científico del gallego. De Alemania vinieron también los primeros estudios de filología medieval como el estudio sobre la Historia Troyana, de Cornu (1901) o el de Rübecamp sobre las Cantigas de Santa Maria (1933 y 1954). Muy importantes fueron los estudios de Walter Mettmann sobre las Cantigas de Santa Maria (1959-1972), realizados con la ayuda de Joseph M. Piel.
Lo más importante de la escuela de Hamburgo fue el hecho de que dejó huella entre los investigadores gallegos y españoles, quienes prosiguieron el camino abierto por los estudiosos alemanes. En los años 50 y 60 algunos profesores de la USC se lanzan al estudio del gallego, como A. Moralejo Lasso en el campo de la toponimia, o Dámaso Alonso y Zamora Vicente, sobre dialectología; en los primeros 60, Ramón Lorenzo prosigue la línea de investigación etnográfico-lingüística iniciada por Krüger. Sin embargo, la iniciativa alemana no se detuvo ahí. A partir de los 60 también llegaron desde Alemania importantes investigaciones de lingüística gallega, sobre todo en los campos de la etimología, onomástica y gramática histórica, que fueron cultivados por dos grandes figuras de la romanística alemana: Harri Meier, interesado sobre todo por la gramática histórica y la etimología, y Joseph M. Piel, inclinado al estudio de los documentos medievales y la onomástica gallega y portuguesa. Puede decirse sin rubor que estos dos profesores alemanes crearon escuela entre los investigadores españoles y gallegos, que se lanzaron al estudio lingüístico y filológico del gallego, entre los que destaca J. L. Pensado (U. Salamanca) con sus trabajos sobre etimología y edición de textos medievales.

Pero será a partir de 1965 cuando el desinterés por el gallego va a dejar paso a los grandes progresos en investigación interna de lingüística y literatura gallega. Este cambio se debió a la ampliación que por fin los estudios de lingüística y filología experimentaron en la Universidad de Santiago en la que, a partir de 1963, se crea la Cátedra de Filología Románica dentro de la Facultad de Filolosofía y Letras. Dicha cátedra la va a ocupar, aprtir de 1966, Constantino García, quien inició la dirección de trabajos de investigación dirigidos fundamentalmente a la recogida de material lingüístico sobre el habla por toda Galicia, con especial interés en el vocabulario y por una gran orientación dialectológica. Estos trabajos volvían de nuevo hacia la tendencia Wörter und Sachen, no en vano el prof. García se había formado con Harri Meier en Alemania. En adelante se fueron produciendo los avances para el estudio del gallego dentro de esta institución académica. Desde el curso 1965-66 empezó a impartirse la materia Lengua Gallega. En 1972 se creó la primera cátedra de Lingua e Literatura galegas; en el curso 1976-77 se implantó la sección de Filoloxía Galego-portuguesa dentro de la titulación de Filología Hispánica y, finalmente, en el curso 1994-95 se crea la licenciatura de Filoloxía galego-portuguesa. También fue fundamental la creación, en 1971, del Instituto da Lingua Galega, institución perteneciente a la USC, dedicada a la investigación lingüística del gallego y cuyo primer Director fue Constantino García. De ahí salieron las publicaciones más importantes de la época sobre lebgua y lingüística gallegas: los manuales Gallego 1, 2 y 3, auténticas gramáticas de la lengua; sin embargo, el campo investigador en que que más destaca el ILGa. es sin duda el de la cartografía lingüística, la dialectología y la lexicografía. Respecto al primero, la publicación más destacada es el ALGa, puesto en marcha en 1974. Dirigido por Constantino García y Antón Santamarina, ya se han publicado tres volúmenes: Morfología Verbal, a cargo de Francisco Fernández Rei, Morfología non verbal, a cargos de Rosario Álvarez Blanco y uno de Fonética, a cargo de Manuel González. En cuanto a la lexicografía baste subrayar el Fichero léxico del Gallego Oral, que actualmente cuenta con más de 800.000 fichas de voces sacadas del habla viva. En 1990, junto con la RAG, se publica el Diccionario da lingua galega, que recoge el vocabulario gallego de mayor frecuencia (unas 12.000 voces). Por fin, en 1997 se publicó el Diccionario da Real Academia Galega (continuador del anterior), con 25.000 voces, considerado el diccionario normativo de la lengua gallega.

En el campo de la lingüística histórica destacan los trabajos de Ramón Lorenzo (Crónica General e Crónica de Castilla, 1975-77), Manuel Ferreiro (Gramática histórica galega, 1995). La fundación, en 1995, del CIH “Ramón Piñeiro”, dirigido –una vez más- por Constantono García, dio a luz la Lírica profana galego-portuguesa, en donde se recoge la totalidad del corpus de la lírica trobadoresca medieval; lo más destacabla de este trabajo es su puesta en marcha a través de Internet.

En Sociolingüística, campo investigador iniciado por Xesús Alonso Montero en 1973 con su ya famoso Informe –dramático- sobre la lengua gallega, destacan los trabajos sobre el Mapa sociolingüístico de Galicia, del Seminario de Sociolíngüística, dependiente de la RAG, o la recientemente publicada Historia social da lingua galega, de Henrique Montegaudo.

La investigación en Onomástica, campo iniciado por el ya citado Joseph Piel, fue continuada por su discípulo, Dieter Kremer, quien actualmente dirige el proyecto conocido como PATROM (Patronímica románica), que pretende elaborar un diccionario histórico de apellidos en cada lengua románica; varios investigadores de la USC participan en el proyecto.

La lingüística gallega se vio reforzada, a partir de 1974, con la aparición de VERBA, Anuario Galego de Filoloxía, que publica un númro anual y lleva ya más de 40 anexos, en la que participan numerosos y prestigiosos investigadores extranjeros, españoles y gallegos.

En definitiva, un largo camino, como se puede advertir, pero que resultó tremendamente fructífero. A pesar de eso, hasta el final de la década de los ochenta la lingüística gallega no alcanzó el prestigio y reconocimiento internacionales; en otras causas destaca el hecho de que en los principales trabajos de lingüística románica o en los manuales más utilizados para este estudio, jamás aparecía la lengua gallega como una lengua románica independiente y homogénea, como sí aprecía el español, el portugués, el catalán, el provenzal, el francés, el italiano o el rumano. Efectivamente, no hay más que echar un vistazo a los manuales clásicos de Filología Románica para constatar el hecho de que el gallego no recibía un trato igual a sus lenguas hermanas. Y esto fue así desde el inicio de la románística científica (Diez o Meyer-Lübke) y nadie, hasta hace una decena de años se preocupó de reparar esta grave error. Sobre el gallego siempre pesó la perspectiva de considerarlo un habla castellanizada o, a lo sumo, un codialecto del portugués. Todavía los manuales más recientes no han sido capaces de solventar este agravio comparativo (vid. los de Renzi o Posner, por citar los últimos).

Afortunadamente, a partir de los CILFR celebrados en Trier en 1986 y en Santiago de Compostela, en 1989, que contaron con una sección específica dedicada a los trabajos de lengua gallega, empezó a conquistarse el reconocimiento internacional. A partir de aquí, la Romanística va a contribuir a dar el impulso decisivo a la lingüística gallega, de tal manera que hoy en día se puede hablar de una Escuela Gallega de Lingüística.


LA ELABORACIÓN DEL ESTÁNDAR.

Hasta las últimas décadas del siglo XX no se puede hablar sino de una elaboración espontánea del estándar gallego, pues es solamente entonces, al convertirse el gallego en lengua cooficial de la Comunidad Autónoma de Galicia y acceder a la administración, la escuela y los medios de comunicación, cuando instituciones como la RAG o el ILGa asumen de manera decidida la planificación lingüística y la rehabilitación del idioma.

Pero este momento actual no sería posible sin el bagaje histórico acumulado a lo largo de varios siglos; quisiera ahora, sucintamente, exponerles esa historia.

ROMANIZACIÓN Y LATINIZACIÓN.

La lengua gallega tiene su origen, como todas las lenguas románicas, en la implantación del latín a causa de la conquista y colonización romana de la Gallaecia, provincia más noroccidental de la Hispania Ulterior –más tarde, Lusitania-. A Hispania los romanos vinieron casi por casualidad, pues, aunque ya mantenía ciertos intercambios comerciales, sobre todo con la zona meditarránea –colonias griegas y fenicias- no tenían la intención de salir de su territorio en el que ya tenían bastantes problemas internos (las guerras itálicas). Fue la declaración de la segunda guerra púnica la que, por razonnes estratégicas –llevar la guerra contra Cartago fuera de Italia- por las que vinieron a Hispania, desembarcando en el 218 a.C. en Ampurias. Lo que en principìo iba a ser una expedición de castigo se convirtió en establecimientop permanente. Así, van conquistando paulatinamente toda la península ibérica en apenas 80 años. Primero cae bajo su dominio la zona nororiental (Tarraconense), desde la que se extienden a la meridional (Bética) y, por fin, hacia el año 139 a.C. comienzan la conquista de la zona occidental. Estas tierras estaban habitadas por una serie de populi que seguramente no tenía una lengua y una cultura uniformes y quizás tampoco estaban cohesionados políticamente, aunque podrían estar unidos por una cultura común, conocida por “cultura de los castros” (lat. Castrum o castellum). Cuando en el año 137 a.C. el cónsul Décimo Junio Bruto consiguió la primera gran vistoria ante las tribus indígenas, los historiadores romanos cuentan que entre los vencidos predominaban los llamados Callaici, procedentes del Noroeste ibérico; por eso a este territorio se le dio el nombre de Gallaecia, nombre consolidado definitivamente a partir de Augusto. Esto quiere decir seguramente que este territorio presentaba unas señales de identidad propia antes de la invasión romana. Efectivamente, las sucesivas administraciones romanas –desde Augusto, pasando por Vespasiano, Caracalla o Diocleciano- no hacen sino confirmar la idiosincrasia del noroeste ibérico dotándolo de una organización política independiente de otros territorios. La Gallaecia, que aproximadamente incluía Galicia Asturias y norte de Portugal, con sus tres conventi –lucensis, bracarum e asturum- representaba un territorio de gran homogeneidad, así reconocido por Roma.

La introducción del idioma latino fue lenta pero firme. A través de un prolongado proceso de sustitución lingüística que llegaría hasta finales del Imperio y más allá. La sustitución de las lenguas autóctonas por el latín iría pasando por distintas fases: al principio, el aprendizaje del latín vendría propiciadad unicamente por razones de carácter utilitario, pero, con el paso del tiempo, se iría haciendo aconsejable para los galaicos una utilización más estable y permanente del latín, lo que propiciaría la total desaparición de las lenguas indígenas. Alrededor del siglo III d.C. la romanización de Hispania debía de estar ya practicamente concluida, como lo demuestra el hecho que los habitantes gozaban ya de ciudadanía romana.

EL PROTORROMANCE HISPÁNICO.

No obstante, hay que decir que el latín de Hispania y, concretamente, el de Gallaecia tenía ciertas características distintivas que lo convertían en un diasistema diferente, por ejemplo, del latín hablado en Roma. Esto es así porque la romanización de la península circuló en dos grandes direcciones a partir de dos centros irradiadores distintos: la Tarraconense, que iría en dirección sur y la Bética que iría romanizando de sur a norte el occidente peninsular. Por tanto, mientras que el nordeste, bajo la influencia del latín tarraconense, estaría mucho más cerca de Roma y, por tanto, de las innovaciones lingüísticas, el noroeste, romanizado desde la Bética, tendría un latín más conservador y arcaico. Esto explicaría, siguiendo a Harri Meier, que el portugués y el gallego tengan un carácter lingüisticamente más conservador (si lo comparamos con el castellano o el catalán) que se manifiesta sobre todo en su vocabulario y su fonética. Ahora bien, las dos grandes vías de romanización se encontrarían en el centro de la península, dando lugar a una síntesis que explicaría que el castellano acabase presentado rasgos que lo acercan tanto al catalán como al gallego y portugués (aunque parece más próximo a los idomas occidentales). Sobre esto habría que tener en cuenta también la teoría de Bartoli sobre las dos fases de romanización: una primera centrífuga en la que, partiendo de Roma, las innovaciones se van extendiendo hacia la periferia, llegando por tanto, antes y más facilmente a las provincias más cercanas (en Hiapania sería la Tarraconense) y mucho más tarde y con más difultad o escasamente a las provincias más alejadas o periféricas (es decir, la Gallaecia). Así se explican los vocablos catalanes menjar, pregar, parlar, bullir frente a los gallegos comer, rogar, falar, ferver, que tendría su origen en sendas fases, innovadora y arcaica, del latín (manducare/comedere, precare/rogare, parabolare/fabulare, bullire/fervere). Pero también hay una segunda fase, centrípeta, en la que las innovaciones surgen de las provincias periféricas y no llegan a extenderse, en su camino hacia el centro, más allá de sus propias fronteras; así se explican del mismo modo innovaciones del gallego desconocidas en catalán, tanto léxicas (voda/noces < uota/nuptiae), como fonéticas (chave/clau, cheo/ple, chama/flama, por distinto tratamiento del grupo consonántico de [OCL + LÍQ].


FORMACIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE LA LENGUA. EDAD MEDIA.

Con el fin del Imperio Romano coinciden los primeros establecimientos germánicos. En Galicia son los suevos quienes fundan un reino que duraría desde 388 hasta 585, año en el que los visigodos se anexionan este reino que, sin embargo aún debió de mantener cierta autonomía política hasta la llegada de los árabes, a principios del siglo VIII. Este período es bastante desconocido, aunque se supone que durante los siglos IX y X se fueron construyendo las bases de la futura sociedad feudal. De la etapa germánica podemos rastrear en el gallego ciertas influencias lingüísticas, sobre todo en el ámbito del vocabulario y toponimia, pero son tan escasos que quizá debamos admitir que apenas pudo influir en el latín hablado de la Gallaecia; por otra parte, también tenbemos que admitir nuestro escaso o nulo conocimiento de la lengua sueva (como ya lo afirmaban Baldinger (La formación de los dominios lingüísticos en la P.I.) o Kremer (Hispania germanica). De la influencia árabe en Galicia se puede afirmar que fue poco duradera y poco estable y ello es debido a que la frontera se estableción muy pronto (reinado de Alfonso I, 739-757) en el río Miño y, un siglo después, en el Duero. De ahí la explicación de los escasos elementos árabes, tanto en el léxico como en la toponimia, si lo comparamos con el resto de idiomas románicos de la península.
Políticamente, Galicia se integró en la incipiente monarquía astur-leonesa, aunque manteniendo los señoríos un poder independiente. Entre los siglos XI y XIII Galicia conoció, como casi todo el occidente peninsular, una etapa de desarrollo a todos los niveles: económico, demográfico y político, asentado en el auge de las ciudades, entre las que destacaba Santiago de Compostela, eje de la vida política, cultural y religiosa no sólo de Galicia, sino también de Europa occidental, gracias al camino de Santiago, que trajo a estas tierras el beneficio del intercambio y conocimiento de la mentalidad europea de la época. Es en este momento cuando aparecen los primeros textos en romance, conocido como gallego-portugués, pues los autores tanto al norte como al sur del Miño, utilizan la misma lengua. El primer texto es el conocido como Noticia de Torto (ca. 1214), poco extenso y seguramente destinado a una versión definitiva en latín, ya que se trata de unas notas personales de un notario, escritas informalmente y previas a ser redactadas en un documento más oficial. Sin embargo, llama mucho la atención de los romanistas el hecho de que en el conocidísimo Descort plurilingüe del trovador provenzal Raimbaut de Vaqueiras (compuesto entre 1197-1201) el gallego es una de las cinco lenguas poéticas que utiliza en su composición. Y llama tanto más la atención por cuanto parece ser contemporáneo del considerado primer texto literario peninsular: Ora faz ost’o senhor de Navarra, del trovador Johan Soarez de Pavia (ca. 1196). Este texto es el que abre la tradición poética trovadoresca que se extendería a lor largo del siglo XIII y primer cuarto del XIV.

Sin embargo, hay dos hechos que constituyen un freno al desarrollo de la lengua y la cultura gallegas autóctonas: la creación, a mediados del siglo XII, del reino de Portugal, que impidió la expansión gallega hacia el sur, lo que provocó que Galicia no participara directamente en la Reconquista y, en definiva, frenó su progreso económico y político. Este estado de cosas prefigura en cierta manera la posterior separación entre gallego y portugués. Esto todavía se vio más agravado cuando a mediados del siglo XIII (reinado de Fernando III, 1230-1252) Galicia pasa a formar parte de la corona castellano-leonesa. Estos dos factores conjuntamente provocaron la ruptura definitiva del tronco común galaico-portugués: mientras Portugal siguió desarrollándeose política, económica, cultural y lingüisticamente, Galicia fue poco a poco absorbida por la política y la cultura castellanas, lo que trajo como consecuencia un grave retroceso del gallego frente al castellano. En el siglo XIV y sobre todo en el XV, con los Reyes Católicos, se acabó de dar el golpe de gracia a lo poco que quedaba de autóctono, integrando definitivamente en el ámbito castellano a Galicia. Sin duda duración de lo que podríamos denominar etapa de oro de la cultura y lengua gallegas (s. XIII y primer tercio del XIV) fue excesivamente escasa, tanto que, aún habiendo sido muy intensa, no bastó para asentar unas bases fuertes que pudieran resistir más tiempo el empuje del castellano.


LOS SIGLOS OSCUROS.

Así llegamos a lo que se va a denominar “largo período de postración” o “siglos oscuros”, que constituyen los siglos XVI, XVII y XVIII. Galicia, ya sin reino y reducida a una simple provincia regulada desde Castilla, pierde su identidad. La penetración del castellano, propiciada por las nuevas estructuras administrativas de la monarquía absoluta de los Austrias y apoyadas por la nobleza y el clero gallegos desterraron el idoma gallego a una lengua exclusivamente de uso oral y restringida a la población de clase baja. La condición de lengua subalterna respecto al castellano se hizo patente y favoreció la extensión del castellano, única lengua en la que las clases sociales podía tener probabilidades de promoción económica y social.. Todavái más grave fue la instalación de los Borbones en España, en 1700, pues supuso la importación de la política centralista que esta dinastía había llevado a cabo en Francia. La política de uniformación y homogeneización administrativa y cultural de España llevada a cabo por los Borbones tuvo el efecto de imponer el castellano como única lengua permitida en todo el reino. Fue sin duda durante el siglo XVIII y primera mitad del XIX cuando la penetración del castellano en Galicia alcanzó su máxima potencia. El gallego perdió presencia en la sociedad, lo que le accarreó funestas consecuencias. No obstante, como ya hemos indicado al inicio de esta disertación, alguno eruditos osaron dedicarse al cultivo y estudio del idioma, sobre todo en el XVIII, como Sarmiento, Sobreira o Cornide, verdaderos pioneros, pero no produciría frutos hasta muchas decenas de años después de su muerte.



EL RENACIMIENTO DE LOS SIGLOS XIX Y XX.

Si en otros lugares de Europa occidental, en incluso en elresto de la P. Ibérica, el siglo XIX supuso inequivocamente el paso a una nueva sociedad que iba rompiendo con el antiguo régimen, en Galicia este tránsito fue mucho más lento y problemático. Políticamente España va más lenta en el proceso liquidador de la monarquía absoluta a favor de un estado liberal y constitucional. Las guerras carlistas de la primera mitad de siglo entre absolutistas y liberales son buena prueba de ello. Económicamente, Galicia se desarrolla mucho más lentamente que el resto de España, pues su estructura estrictamente agraria provocó la ausencia del tejido social esencial de las reovoluciones industriales que tuvieron lugar en Europa y ciertas zonas de España, como Cataluña. Estos factores no se darían en Galicia hasta el siglo XX, lo que provocó un gran retraso en su modernización.

No obstante, ya en el último tercio del XIX se atisban los primeros síntomas de recuperación lingüística, literaria y cultural, bajo un movimiento colectivo que la crítica suele llamar Rexurdimento. Una minoría de intelectuales, conscientes del abandono en que estaba sumido el idioma, y temiendo incluso por su supervivencia, mostraron sobre todo tres tipos de preocupaciones: modificar la baja consideración social del gallego, ampliar sus áreas de uso y cultivo y avanzar en la fijación de una norma culta y unificada. A comienzos del siglo XX entró en la escena de la vida gallega un nuevo factor político y social que tuvo una gran trascendencia. Se trata del Galleguismo, un movimiento que, asumiendo el carácter específico y unitario de Galicia, decidió defenderlo ante la avalancha uniformadora derivada sobre todo de la construcción del Estado liberal de la restauración monárquica (desde Isabel II, 1844-1868, hasta Alfonso XIII, 1902-1931). En 1916 se fundan las Irmandades da Fala, abriendo un camino nacionalista que prosiguió en los años siguientes de la mano de otros grupos como Nós y, desde 1931, el Partido Galeguista, que durante la Segunda República lideró y protagonizó la prograsión política del nacionalismo que, en pocos años, creó una conciencia nacional, minoritaria –eso sí-, pero ya no marginal. Desgraciadamente, la Guerra Civil y el período franquista truncaron esa línea, aunque siguió latente y subversiva hasta la llegada de la restauración democrática en 1978.

Tras la muerte de Franco en 1975 y después de un difícil período conocido como “transición”, España se convirtió, en virtud de la Constitución de 1978, en un estado unitario, organizado en comunidades autónomas. Una de esas comunidades fue, como cabía esperar, Galicia. La situación legal de la lengua gallega en la actualidad está basicamente definida por tres textos: La Constitución (1978), el Estatuto de Autonomía (1981) y la Ley de Normalización lingüística (1983). El conjunto de estas tres grandes leyes, junto con otras similares en otras comunidades autónomas (como Cataluña o Euzkadi), mantiene la primacía del castellano (oficialmente español) sobre las restantes lenguas del estado, ya que obligan al conocimiento sólo del castellano, mientras que a las otras lenguas sólo se les reconoce el derecho a usarlas en las respectivas comunidades. Así se explica que la lengua gallega no iniciara en esos años más que una modesta normalización que aún hay parece no haber arrancado. La apatía general también contribuye a explicar que en los ochenta se fundasen activas asociaciones ciudadanas interesadas en la defensa y promoción del gallego. En las zonas de Asturias, León y Zamora, donde viven aproximadamente 75.000 personas gallego-hablantes, la situación es muy preocupante, pues se observa una gran disminución en el uso de la lengua.
Uno de los ámbitos en los que más progresó el uso del gallego es en el de la educación. El llamado decreto de “Bilingüismo” (1979) abría las puertas para la enseñanza de la lengua y la literatura gallegas en los niveles educativos primario y secundario. También se fue avanzando muy lentamente en el proceso de instauración de la enseñanza en gallego.
Durante la mayor parte de este siglo la jerarquía eclesiástica de Galicia fue muy refractaria a la introducción del idioma en la liturgia y en la labor pastoral. En la actualidad, su actitud, aunque no es la de promocionar el uso del gallego, cuando menos no se puede calificar ya de persecutoria, sino más bien cauta y proclive a permitir, aunque no a fomentar.
En la década de los ochenta se produjo la que probablemente sea una de las novedades potencialmente más transformadoras conocidas por el idioma gallego durante muchos siglos: la aparición de los medios de comunicación monolingües en gallego; sobre todo la Radio y la Televisión. En 1985 se creaba la RTVG, que sin duda tuvo y tiene un efecto normalizador que, por lo de ahora, es difícil evaluar globalmente. No obstante, puede decirse que todavía no han explotado al máximo las posibilidades de explotación y ejecución de una programación normalizadora sin reservas. La prensa escrita presenta porcentajes ínfimos de empleo del gallego. De cara al futuro, y pensando en las nuevas tecnologías comunicativas y de información (Internet), se podría pensar en un decoroso desarrollo del uso del gallego. Así y todo, resulta incuestionable el avance del uso público e institucional del gallego en los últimos veinte años. Se puede decir que los progresos alcanzados por el gallego hacia su instalación normal en la actual sociedad gallega son relevantes, aunque no siempre óptimos. Todavía quedan muchos sectores de la sociedad que continúan siendo refractarios o poco receptivos a la incorporación del gallego: la justicia, el ejército y fuerzas de seguridad, el mundo empresarial y la banca, etc.

La lengua gallega se encuentra, pues, en un punto crítico, en un momento decisivo de su historia. Sería atrevido hacer una predicción de la evolución de su uso social en el futuro, pero la transformación sociológica de Galicia podría posibilitar la pervivencia de la lengua, generando las condiciones necesarias para la consolidación de una conciencia cultural y lingüística propias, que permita que en las próximas décadas el gallego pueda ser instrumento normal de comunicación y señal de identidad de Galicia.

EL CONFLICTO NORMATIVO

Por último, paso a detallarles uno de los problemas más graves con los que se enfrenta la normalización del idioma gallego: su normativización y planificación. Las lenguas “recuperadas” o “en vías de recuperación” deben, obligatoriamente, pasar por la fase de normativización, pues una lengua sin normas está condenada al fracaso.
Como acabamos de exponer, a finales de los setenta y principios de los ochenta el gallego se convirtió en idioma cooficial de Galicia. Este cambio de marco oficial en que la lengua debía moverse no tardó en hacer patente la necesidad de contar con una norma oficial que la dotase de la necesaria unidad. En 1979 aparecen las primeras propuestas encaminadas a un acercamiento al portugués. En 1980, una comisión lingüística, designada por el gobierno autónomo hizo públicas unas Normas ortográficas do idioma galego, que resultaron ser demasiado equívocas y más que encaminar a la unificación lo hacía havcia la confusión. En 1982 la RAG y el ILGa, conjuntamente, publicas las Normas ortográficas e morfolóxicas do idioma galego, que el gobierno autónomo declaró oficiales. Sin embargo, la corriente reintegracionista iniciada en 1979, continuó su labor aunque con diversas posiciones en su seno: los partidarios de la ortografía portuguesa sin más; los que proponen aproximaciones menos drásticas, como la Associaçom galega da Lingua, que en 1989 propuso una normativa bien definida; también están los que propugnan normativas “de concordia”, como la Asociación Socio-pedagóxica galega, que goza una notable aceptación entre los partidos nacionalistas. Sus diferencias con la normativa oficial no son muchas. Actualmente, la corriente que propone un acercamiento al portugués pero por el camino cultural y no tanto por la confluencia ortográfica, hoy por hoy poco viable. La polémica está candente todavía. Nadie discute que el gallego y el portugués se puedan diferenciar como variedades lingüísticas distintas; el meollo del asunto está en las interpretaciones que se hacen a partir de esas diferencias. Esas interpretaciones son basicamente dos:
a) Para unos, el gallego es un dialecto del portugués muy deteriorado por la influencia del castellano, de manera que, más allá de la diversidad observable entre las dos lenguas, estamos en presencia de una única lengua, la gallego-portuguesa o, sin más la portuguesa. Esta posición puede conducir a la adopción del estándar portugués o bien a distintas estrategias de aproximación en las que la influencia de la tradición escrita medieval (etapa común) es siempre muy grande.
b) Para otros, el gallego y el portugués son dos lenguas afines, pero distintas, derivadas del antiguo romance galaico que, a partir de la independencia política de Portugal en el siglo XII, conocieron desarrollos y procesos de elaboración autónomos. Por lo tanto, los que así piensan, procuran una norma autónoma para el gallego, fundamentalmente continuadora de la tradición escrita moderna, pero atenta también a la depuración de los castellanismos, la recuperación de las formas del pasado y la búsqueda de una cierta armonización con el conjunto de las lenguas románicas en general y con el portugués en particular.

Sea como fuere, esta polémica está retrasando la habilitación del gallego como instrumento lingüístico. Será necesario zanjar ya esta discusión y ponerse a trabajar todos juntos en pos de la normalización de una lengua que no puede esperar más tiempo para ser recuperada.

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